Texto y fotos: Álvaro Vicente
Domingo 31 de enero de 2016. Es el primer día de Tristán Ulloa en el proceso de montaje de Tierra del fuego. Para este “estreno”, se ha convocado un encuentro íntimo entre el director, sus asistentes y los dos intérpretes que, en la obra, encarnan a la protagonista y a su marido. Alicia Borrachero y Tristán Ulloa nunca habían coincidido en un proyecto, hasta ahora, que además de compartir una serie de televisión que se está rodando, comparten esta historia escrita por Mario Diament. Curiosamente, en ambas hacen de marido y mujer. Por su bagaje, por su calidad actoral, por su compromiso con el proyecto, pronto se hace visible un hilo de complicidad, natural y orgánico, nada forzado, tejido entre ambos a nada que leen la primera de las dos escenas que tienen en común.
Pero antes de empezar a leer ha habido tiempo para hablar. Hablar de lo que supone hacer una obra como esta. Hablar de cómo ha de entrar uno en un personaje azotado por el terrorismo, el gran tema universal de estos tiempos. Lo decía Daniel Marcove, director del montaje argentino, en una entrevista: en el caso de Tierra del fuego, “es mucho más que un papel lo que les estamos ofreciendo a los actores. Hay un hecho esencial que tiene que ver con el poder aceptarse y comprender al otro.” No en vano, los primeros minutos de la conversación en esta mañana de domingo giran en torno a una carta abierta que escribió el marido de una de las personas que perdió la vida en los últimos atentados de París. En ella, Antoine Leiris, decía cosas como esta: “No os haré el regalo de odiaros. Por supuesto, es lo que habéis buscado, pero responder al odio con la ira sería ceder a la misma ignorancia que ha hecho de vosotros lo que sois.” Leiris perdió a su chica, que estaba en la sala Bataclan. Tienen un bebé de 20 meses.
Tras ese silencio de introspección que ayuda a acomodar, en la medida de lo posible, las tragedias ajenas en los corazones propios, se entra en materia. Es tiempo de hablar de Ilán, el personaje de Tristán. Claudio Tolcachir habla de una cierta desilusión que aflora en él, desilusión política. Frente al órdago que, con toda cotidianidad, lanza Yael, él quizá se pregunta: ¿de verdad han servido para algo tantos años de compromiso y lucha?
TRISTÁN: Debe haber algo de esto en el personaje... creo que él no se gusta en esa desilusión, pero ya no hay marcha atrás.
CLAUDIO: Eso está buenísimo, ahí el personaje coge mucho relieve.
Tristán y Alicia leen la primera escena y la actúan levemente, la van adaptando sobre la marcha a su organicidad particular, a sus formas de decir y sentir lo que hay que comunicar. Y al terminar, Tristán reconoce su sorpresa, grata sorpresa, porque es la primera vez que lo dice en alto y con su compañera de reparto dándole la réplica. La cosa fluye. Asoma el diamante entre la rugosidad de la roca. “Tenemos que defender a muerte que entre ellos hay un gran amor y una gran necesidad del otro”, dice Claudio. “Es una escena muy hermosa, no es desde el reproche, no se atacan, es desde el amor”, tercia Mayte Pérez Astorga, la ayudante de Claudio, pese a la dureza de lo que se está planteando. “Es que es muy fácil con Tristán”, reconoce Alicia.
Palpita en el ambiente la reflexión sobre la comunicación en pareja, sobre cómo se va afianzando a base de tiempo, amor y confianza, cómo la complicidad hace que lo terrible parezca apacible en un entorno confortable, cómo se han de conjugar las necesidades de la individualidad con las de la dualidad. “¿Qué pasa cuando tu pareja te dice algo que no esperas en absoluto?” Claudio lanza una cuestión que no hace más que avivar el debate. Tristán señala lo dolorosa que es una decisión individual que abre una brecha de distancia en la pareja, cómo entran en juego los miedos que hacen tambalear los edificios humanos sólidamente construidos.
Vuelven a leer esa primera escena. Tolcachir los mira a uno y a otro. Disfruta escuchándoles. Encaja con pequeños gestos faciales el avance de la escena, asiente, ríe, frunce el ceño, abre la boca, cabecea, los mira alternativamente como se mira un partido de tenis, creciéndole la expectación a medida que se juega el set point. “Me encanta, porque los miro a uno y a otro y digo: tiene razón. Eso hay que defenderlo a muerte”, dice Claudio. Para su otro ayudante, Nacho Redondo, la escena le permite a Yael, al personaje de Alicia, descansar de la tensión dialéctica que mantiene con el resto de personajes de la obra. “Te pasas la obra midiendo milimétricamente cómo hablar, cómo decir lo que dices, por los vínculos. Debe ser agotador”. Este vínculo, el que tiene con Ilán, es un respiro, es el único que es de igual a igual, como añade Claudio a la reflexión de Nacho.
A veces, uno quisiera que Israel y Palestina tuvieran este vínculo, que fueran una pareja que se ama luchando por convivir conjugando sus particularidades por el bien de ambos. Que las defensas fueran articuladas con palabras y no con armamento pesado o con piedras. Ojalá obras como esta ayuden a pensar, a escuchar, a mirar, a dialogar.