Texto y fotos: Álvaro Vicente
Es domingo. Parece que es el único día en el que poder reunir a todo el equipo. Los múltiples compromisos de los actores hacen difícil un trabajo conjunto. No es una circunstancia excepcional ni novedosa. La mayoría de montajes teatrales están condicionados por otros imperativos, ajenos a las voluntades implicadas. Son épocas de multitarea. Supervivencia obliga. Lo que antaño era tener una docena de textos en el repertorio mental, hoy es quitarte y ponerte personajes en el taxi que te lleva del plató de televisión a la sala de ensayos y de la sala de ensayos al teatro. Pero hoy sí, hoy estamos todos. El compromiso firme del elenco se combina con la ilusión de seguir poniendo en pie, sin prisa pero sin pausa, un proyecto tan cargado de significación como este. Apenas dos semanas después de empezar con los ensayos, el montaje avanza con buen pie. Dejamos atrás el trabajo de mesa y comienzan a tomar cuerpo las ideas del director, siempre con el concurso de los actores. Todos proponen, todos disponen de ese permiso, y Claudio Tolcachir recibe con generosidad las propuestas de cada cual. Su fina astucia las moldea para encarrilarlas en el camino que tiene trazado en su mente.
Sin duda, es un auténtico placer para un observador amante del teatro y de sus mecanismos, comprobar cómo emerge del papel una obra, cómo se levanta primero sobre el suelo aséptico de una sala de ensayos, paso previo al escenario. El esqueleto de letra se aviva con el soplo vital de los ejecutantes, los huesos se cubren de fibra, músculo, carne, para que podamos aseverar más tarde que la palabra es dicha de manera orgánica. El corazón bombea gracias a los actores. El cerebro colectivo trabaja incansable. Tolcachir pone en práctica las primeras ideas para el arranque de la función, teñido de una musicalidad de claro acento árabe. Se prueban las primeras coreografías de movimientos. Parece que el director ha dispuesto que todos los actores estén siempre en escena. La primera maqueta escenográfica que nos ha enseñado Elisa Sanz dispone un espacio donde una larga mesa y varias sillas irán componiendo, con ayuda de la luz, diferentes espacios. La acción de los cuerpos en movimiento otorga a las escenas un dinamismo inquietante. Y eso que esto es sólo la punta de una gema que asoma entre la basta roca, apenas el despuntar de una flor que apura el invierno antes de hacer explotar toda su belleza en primavera.